Vivimos una espera infinita. No sabemos, a ciencia cierta, cuánto durará la cuarentena. Espera viene del latín spērāre, forma verbal de spes: esperanza. ¿Se justifica la espera en una cierta forma de la esperanza? Kafka escribió en su Diario: «la vida humana no es más que un instante incompleto porque ese género de vida (la espera de la tierra prometida) podría durar indefinidamente sin tener jamás por resultado algo que no fuera un instante. Moisés no alcanzó Canaán no porque su vida fuese demasiado breve, sino porque era una vida humana».
No sabemos qué esperamos, tampoco qué es lo que nos espera. La espera del campesino ante la ley duró exactamente hasta su muerte. La puerta era solo una ilusión. La espera diferida a veces se vuelve un agujero absurdo. Además del tedio que ya empieza a aflorar más seguido, nos asemejamos cada día más a Vladimir y Estragon de la célebre obra de Beckett: parecemos vagabundos.
Entre los autores que leemos en la materia, posiblemente sea Walter Benjamin quien reflexione más incisivamente sobre la espera. El mesianismo, como forma de pensamiento sobre lo político y sus formas de temporalidad, esto es, en tanto meditación sobre la historia, es uno de los modos posibles para cuestionar la tragedia que está en las entrañas de lo político. Benjamin en sus conocidas páginas de “Tesis de filosofía de la historia” señala la existencia una débil fuerza mesiánica que atraviesa los tiempos. Por la que el pasado reclama su derecho sobre el presente, pero también por la que el futuro lo reclama sobre el ahora. Y esa fuerza es débil porque nunca nada está asegurado de una vez y para siempre, nos encontramos inmersos en una disputa permanente.
Que el estado de excepción se ha vuelto la norma es algo que se dice por primera vez en ese texto de Benjamin. Es, en parte, el debate velado que despliega contra Carl Schmitt, a quien le interesa el “estado de excepción” sólo como instrumento para resguardar el orden. Frente a esto, Benjamin propone generar un “auténtico” estado de excepción. ¿Qué significa esto? Posiblemente uno que esté completamente desenganchado de la norma. Reflexiones que no pierden su actualidad desde el momento en que el filósofo italiano Giorgio Agamben piensa las condiciones de emergencia de la epidemia actual en el contexto de un “estado de excepción” soberano, aunque para reafirmar su esquema teórico haya llegado a decir dislates tales como que la epidemia era una invención. Sus afirmaciones generaron un pequeño debate que acaso valga la pena que lean acá, si es que no lo hicieron todavía.
De todos modos, nos interesamos en Walter Benjamin también por el doble anudamiento entre arte y política sobre el que teoriza en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”: esto es, “la estetización de la política” que genera el fascismo y la “politización del arte” con la que debe responder el comunismo. Temas que tampoco han perdido actualidad.
Aprovechemos el contexto actual para remarcar que la peste está en el núcleo de las grandes reflexiones estéticas y políticas de Occidente. La peste de Atenas mató a Pericles y con su muerte comenzó la destrucción de la ciudad. Sófocles se inspiró en ella para situarla en el origen de la tragedia de Edipo: los dioses la envían como castigo por el asesinato del rey de Tebas. Edipo se ciega cuando descubre que fue él quien lo mató (y que aquél era su padre). Edipo causó la peste.
La peste es pensada como castigo divino, y la cuarentena, como salvación también divina. Ya el Antiguo Testamento recuerda que Moisés, para liberar a los judíos, envía una serie de plagas a Egipto y, al final de cada una, le pide al faraón: «libera a mi pueblo». La última, la del ángel exterminador, promete matar a todos los primogénitos. Es entonces cuando Moisés convoca a los ancianos israelitas y les pide que sacrifiquen un cordero y, con su sangre, pinten el dintel y los dos postes de la puerta de sus casas: «¡y no salga ninguno de ustedes de su casa hasta la mañana siguiente!» (Éxodo 12:22). Confinarse en sus casas, con ese código, sería su salvación: cuando el ángel pasara y viera la sangre de cordero, seguiría de largo. Así comenzó la liberación y el camino del pueblo judío hacia la tierra prometida. «Obedezcan estas instrucciones. Será una ley perpetua para ustedes y para sus hijos. Cuando entren en la tierra que el Señor ha prometido darles, ustedes seguirán celebrando esta ceremonia» (Éxodo 12:24-25).
La palabra aislamiento, a su vez, es muy transparente, viene del prefijo latino ad (a, hacia) y la palabra isla. Significa, figuradamente, dirigirse hacia una isla. Y en una isla, como es lógico, estamos solos. La soledad es el desierto. Existe una palabra latina para soledad y para desierto: solitudinem. Tácito le hace decir al general caledonio Calgaco: «Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant» (Agr. 30, 4). Se refería a los romanos: «A lo que hacen desierto, llaman paz». Célebre frase anti-imperialista que tiene fuerte resonancia entre nosotros. Caledonia era una isla.
Para pensar la relación entre arte, política y peste, acaso no haya mejor texto que “El teatro y la peste” de Artaud. Les recomiendo que, en lo posible, lo lean. No me voy a extender en lo que allí se dice, pero sí quiero remarcar algo que viene a cuento de la conflictividad que caracteriza y hace posible una base común entre las tres dimensiones: “descubriremos en los humores del apestado el aspecto material de un desorden que, en otros planos, equivale a los conflictos, a las luchas, a los cataclismos y a los desastres que encontramos en la vída. Y así como no es imposible que la desesperación impotente y los gritos de un lunático en un asilo lleguen a causar la peste, por una suerte de reversibilidad de sentimientos e imágenes, puede admitirse también que los acontecimientos exteriores, los conflictos políticos, los cataclismos naturales, el orden de la revoluci6n y el desorden de la guerra, al pasar al plano del teatro, se descarguen a sí mismos en la sensibilidad del espectador con toda la fuerza de una epidemia”.
Alejandro Boverio