“Para el moderno está el Mundo de un lado, él del otro y el lenguaje para cruzar de un lado a otro del precipicio. Una verdad, se nos ha enseñado, es un puente sólido que se encuentra encima del abismo, un enunciado que describe adecuadamente el Mundo”.
(Comité Invisible, 2015: 36)
“… Ese episodio de la imaginación a que llamamos realidad.”
(Pessoa, 2013: 233)
“En cuanto a mí, no tuve convicciones. Tuve siempre impresiones.”
(Pessoa, 2013: 222)
Por Sofía Robiolio Bose
En una magnífica escena de la película Vivre sa vie de Jean-Luc Godard (1962), titulada “Nana fait de la philosophie sans le savoir”, Nana, protagonizada por Anna Karina, entabla una conversación con un desconocido en un bar. La película trata sobre la cotidianeidad errante de esta joven que comienza a prostituirse para ganarse la vida. Luego de preguntarle al hombre qué está haciendo –leyendo– y por qué –es su trabajo– le confiesa que, de repente, no sabe qué decir. Le sucede a menudo: sabe qué quiere decir, reflexiona sobre las palabras que va a usar para decirlo, pero en el momento de hablar, “puff”: neblina. El hombre le cuenta una historia sobre Porthos, un hombre que jamás se ha detenido a pensar. Tiene que poner una bomba en una cueva para hacerla explotar y, cuando lo hace, enciende la mecha y se escapa corriendo. Justo en ese momento piensa cómo es posible poner un pie delante del otro; entones deja de correr y no puede avanzar más. La bomba explota y con ella la cueva; alrededor le caen los escombros y al cabo de unos días muere aplastado. La primera vez que Porthos pensó, murió. Nana, conmovida, le pregunta por qué le cuenta una historia como esa: “porque sí, para hablar”. Ella se pregunta por qué es necesario hablar: mientras más se habla, menos significan las palabras. Muchas veces es mejor vivir en silencio. – “Las palabras deberían expresar justo lo que una quiere decir, ¿es que nos traicionan?” Y él, en un gesto muy elocuente: “sí, pero nosotros también las traicionamos. Tenemos que poder decir lo que queremos decir.”
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