Ojo al piojo con el enojo (contra el oportunismo de algunas críticas recientes)

Por Darío Capelli

La ira es una disposición de ánimo, un estado del espíritu que anhela vengarse de un desprecio injustificado. Así lo entiende Aristóteles en La Retórica y le dedica a esta pasión unas interesantísimas digresiones. Lo que Aristóteles se propone demostrar, particularmente en el Libro II de este tratado que es mucho más que un compendio de recursos para la correcta elocuencia, es que ya sea en un juicio o en las deliberaciones, el orador puede forzar decisiones si logra agitar ciertos sentimientos en su auditorio. Será propenso al enojo quien padezca un desdén, una humillación o un ultraje. Por lo tanto, no debería ser tan difícil promover la ira en alguien ya que apenas bastaría con someterle a alguna de estas tres condiciones o convencerle de que otro lo ha hecho. Conviene siempre, agrega Aristóteles, procurar que el airado haga foco en alguna persona concreta: no se está enojado con la humanidad en general ni con especies de otro tipo sino con este o aquel hombre, con esta o aquella mujer. Claro que no todo depende de que el orador sea digno de crédito para alcanzar el objetivo sino que además ciertas características del individuo al que nos proponemos encolerizar hacen su parte. Por ejemplo, será más propenso al enojo quien, además de ser desdeñado, tenga poca confianza en sí mismo o barrunte la sospecha de que carece por completo de alguna cualidad puesta en cuestión y que desearía tener. Si le dijéramos a Aristóteles que filosofar no sirve de nada, es seguro que Aristóteles más se enojaría si pensara de sí mismo que, a pesar de lo muy útil que pueda parecerle la filosofía, él no ha sido dotado para practicarla. El hecho de haber menospreciado una actividad que a él lo apasiona, es suficiente para hacerlo entrar en cólera y la cólera será más intensamente sentida en tanto que, en este ejemplo que estamos inventando, Aristóteles además crea de sí que no fue hecho para filosofar. Si, por otro lado, pudiéramos persuadir a Aristóteles que no fuimos nosotrxs quienes dijimos que la filosofía era inútil sino Alejandro Magno, sería cuestión de un corto tiempo para que el maestro tramase venganza contra su viejo alumno.

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Metáfora y traducción. Espíritus libres en el viaje hacia lo desconocido

“Para el moderno está el Mundo de un lado, él del otro y el lenguaje para cruzar de un lado a otro del precipicio. Una verdad, se nos ha enseñado, es un puente sólido que se encuentra encima del abismo, un enunciado que describe adecuadamente el Mundo”.
(Comité Invisible, 2015: 36)
“… Ese episodio de la imaginación a que llamamos realidad.”
(Pessoa, 2013: 233)
“En cuanto a mí, no tuve convicciones. Tuve siempre impresiones.”
(Pessoa, 2013: 222)

Por Sofía Robiolio Bose

En una magnífica escena de la película Vivre sa vie de Jean-Luc Godard (1962), titulada “Nana fait de la philosophie sans le savoir”, Nana, protagonizada por Anna Karina, entabla una conversación con un desconocido en un bar. La película trata sobre la cotidianeidad errante de esta joven que comienza a prostituirse para ganarse la vida. Luego de preguntarle al hombre qué está haciendo –leyendo– y por qué –es su trabajo– le confiesa que, de repente, no sabe qué decir. Le sucede a menudo: sabe qué quiere decir, reflexiona sobre las palabras que va a usar para decirlo, pero en el momento de hablar, “puff”: neblina. El hombre le cuenta una historia sobre Porthos, un hombre que jamás se ha detenido a pensar. Tiene que poner una bomba en una cueva para hacerla explotar y, cuando lo hace, enciende la mecha y se escapa corriendo. Justo en ese momento piensa cómo es posible poner un pie delante del otro; entones deja de correr y no puede avanzar más. La bomba explota y con ella la cueva; alrededor le caen los escombros y al cabo de unos días muere aplastado. La primera vez que Porthos pensó, murió. Nana, conmovida, le pregunta por qué le cuenta una historia como esa: “porque sí, para hablar”. Ella se pregunta por qué es necesario hablar: mientras más se habla, menos significan las palabras. Muchas veces es mejor vivir en silencio. – “Las palabras deberían expresar justo lo que una quiere decir, ¿es que nos traicionan?” Y él, en un gesto muy elocuente: “sí, pero nosotros también las traicionamos. Tenemos que poder decir lo que queremos decir.”

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