Estimadxs estudiantes, mi nombre es Daniel Alvaro y soy docente de la cátedra.
Los intercambios con ustedes a través de este blog han servido para entrar en contacto y compartir impresiones acerca del momento inédito que estamos viviendo. La novedad que representa la propagación de un virus hasta ahora desconocido tiene que ver, al menos en parte, con su carácter global. Decir que el Covid-19 es un virus global significa que tiene efectos directa o indirectamente en todos los países y significa también que afecta a la vida individual y colectiva en su conjunto. Basta con reflexionar un instante para constatar que ninguna dimensión de nuestras vidas ha quedado intacta, ni siquiera las más íntimas. De un modo u otro, todas ellas se han visto alteradas por los usos, costumbres y leyes que se han impuesto desde el comienzo de la pandemia. Dentro de las dimensiones vitales alteradas es posible considerar aquellas que se relacionan
con los intereses específicos de nuestra materia: el arte, la política, y su relación mutua.
Como es sabido, la inmensa mayoría de los Estados del mundo ha establecido o sugerido medidas de distanciamiento social. Estas no solo restringen la circulación, sino que implican el cierre por tiempo indeterminado de los espacios públicos y privados donde la gente solía encontrarse con los fines más diversos. Una de las consecuencias de las políticas de confinamiento social implementadas por los gobiernos es el cese de actividades en los espacios culturales dedicados a prácticas recreativas, deportivas y artísticas.
Si nos detenemos por un momento a pensar en lo que concierne al arte, a las distintas artes, a la creación y al goce artístico, rápidamente llegamos a la conclusión de que el nuevo coronavirus y las disposiciones puestas en práctica para contenerlo produce impactos muy diversos. En la música se da un fenómeno ciertamente paradójico. Las condiciones técnicas actuales permiten crear y difundir música por diferentes vías sin que sus hacedores tengan que moverse de sus casas. Sin embargo, las salas se encuentran inhabilitadas y las fechas de conciertos transitoriamente suspendidas. No menos paradójico es lo que sucede con las artes audiovisuales. La oferta y el consumo de películas, series y videos registra niveles nunca antes alcanzados, mientras que los cines no tienen fecha de apertura y buena parte de los rodajes en el mundo se están reprogramando para el año que viene. Distinta es la situación de las artes escénicas, que por sus propias condiciones de realización y de exhibición requieren por lo general de la copresencia física. El teatro, la perfomance y la danza son manifestaciones artísticas que debido a la circunstancia actual se encuentran en estado de pausa (si bien es verdad que en los últimos meses numerosas obras escénicas que habían sido filmadas con anterioridad a la transmisión masiva de la nueva enfermedad fueron compartidos a través de plataformas virtuales). Otro tanto puede decirse de las artes plásticas. Aunque en muchos casos las prácticas artísticas ligadas al dibujo y a la pintura, a la cerámica, la escultura y la instalación, no se encuentren completamente trastocadas por las restricciones del confinamiento, lo cierto es que las instituciones donde se exponen este tipo de obras hoy se encuentran cerradas hasta nuevo aviso (si bien es verdad, también en este caso, que una gran cantidad de museos alrededor del planeta, como por ejemplo nuestro Museo Nacional de Bellas Artes, ofrece al público recorridos digitales por sus acervos, acompañados de textos y audios explicativos). Acaso la poesía y la literatura, es decir, las artes de la escritura –a la que no en vano ya desde la época de Platón se asociaba con el alejamiento y la ausencia–, sean las menos comprometidas por las medidas de distanciamiento social.
Muy probablemente, entre los muchos y radicales cambios que comienzan a dibujarse en el horizonte haya que contar la forma de hacer arte, no menos que la forma en que nos dejamos hacer por el arte. Intuyo que no van a faltar razones para lamentarse y algunas otras que nos provoquen admiración y sorpresa. Sea como fuere, algo del orden del asombro ya se está produciendo en quienes albergamos un profundo y persistente deseo por ciertas sensaciones asociadas a la experiencia artística situada. Sensaciones, emociones y conmociones que por motivos de público conocimiento, como suele decirse, hoy resultan imposibles de transitar. Me refiero a un deseo que no se satisface ni sensitiva ni intelectualmente con la experiencia del arte mediada por las pantallas de nuestros dispositivos electrónicos. Durante algún tiempo, estos pueden servir como sustitutos más o menos logrados de nuestras vivencias estéticas. Incluso pueden dar lugar a formas artísticas absolutamente nuevas y duraderas. Pero por ahora, al menos, es imposible recrear desde nuestros dispositivos las condiciones espaciales, temporales y sensibles bajo las cuales solemos apreciar las artes en sus múltiples manifestaciones. Seguramente, esta situación a la que nos enfrentamos por primera vez en la historia sea una ocasión privilegiada para considerar bajo una nueva impronta las viejas preguntas por el sentido del espacio, del tiempo y de los propios sentidos, sin los cuales nada de lo referido al arte tiene el más mínimo sentido.
El 1 de junio empieza formalmente el cuatrimestre. A la brevedad y por este mismo medio les estaremos comunicando la modalidad de nuestras clases a lo largo de esta primera parte del año.
Hasta entonces les mando saludos y quedo atento a sus comentarios.
Daniel Alvaro