Humanos, dioses y naturaleza en tiempos de peste

Hola estimados estudiantes, mi nombre es Gabriela Antonowicz, docente de la Cátedra, les escribo esperando que este texto pueda generar un contacto entre nosotrxs, un acercamiento, y  un estímulo para reflexionar, sentir  y leer los textos de la bibliografía, también a la luz de los acontecimientos presentes.

La epidemia generó un sin número de cuestiones. Nos arrojó preguntas a nuestras vidas individuales y a nuestra vida compartida; nos generó miedos antes y el tambaleo de algunas certezas; con mayor o menor conciencia nos recordó nuestro carácter precario, que la muerte está allí, que somos vulnerables, que quienes están a nuestro alrededor también. Asimismo, muchxs nos abrimos a pensar en lo que es vital, en la vida y lo que incrementa la vida… ¡a nivel personal y planetario! Porque este suceso nos llevó a “hacer filosofía”, a preguntarnos saltando más acá y más allá del género, la clase social, la nación y el eje Norte-Sur: también nos pensamos y sentimos como comunidad humana, prestamos atención a la vida del planeta, de los animales, de los bosques, y pensamos en la muerte. No sucede a menudo que tantos, y al mismo tiempo estemos reflexionando sobre nuestro modo de vida.

Presento los temas: si se trata más bien de tragedia o de justicia; si se trata del poder de nuestra acciones o del poder de la Fortuna; y si estamos siendo llamados a poner el antropocentrismo en cuestión.

Luego, con un hilvanado veloz les sugiero otras dos cuestiones para quien quiera seguir reflexionando: el vínculo entre inmunidad y control social; y la posibilidad de pensar un nuevo contrato social que,  partiendo de seres racionales, afectados y vulnerables, incluya a lo no humano.

Uno. Cuando el daño hiere y trastoca nuestras vidas personales o colectivas, ese suceso ¿es una respuesta a algo que hicimos / omitimos? ¿O más bien es una fuerza ciega? ¿O tal vez es ambas?

Al comienzo de la Ilíada los barcos en las costas se encuentran impedidos de zarpar rumbo a Troya porque caían muertos guerreros y animales por doquier sobre las blancas arenas. Agamenón  descubre gracias al arte adivinatoria que el rapto de la hija de un sacerdote de Apolo (sí, la violencia contra las mujeres tiene tiempo largo) era la causa del enojo del Dios. Cuando en la tragedia Edipo, el poderoso Rey de Tebas, busca explicación sobre la plaga que llena de cadáveres su ciudad, se le revela que el rey anterior, Layo, había sido asesinado y que el asesino estaba entre ellos. Era la mácula, la mancha que animaba la peste y Edipo se propondría por segunda vez salvar a la ciudad.

Sin embargo, en el mundo griego antiguo, como nos cuenta George Steiner en el primer capítulo de La muerte de la tragedia, las catástrofes no eran respuestas a un mal que los humanos hubieran cometido. Era el mundo que cautivó al joven Nietzsche, el de los potentes griegos que arremetían frente al destino aunque éste fuera como un mar embravecido que jugaba a dislocar y volver a armar las vidas de lxs humanxs. Ni las pestes, ni la destrucción de ciudades respondían a una lógica de justicia. El poder de los dioses solía presentarse arbitrario, caprichoso, y no había una lógica pedagógica, ni un orden que al final se restablece. Y eso diferenciaba las tragedias griegas, de las la narrativa judeocristiana, como los sucesos narrados en  el Antiguo Testamento. En ésta última el daño a los humanos sí era un castigo, y sí al final las cuentas se saldaban y quedaba una enseñanza. El mundo se reparaba, y donde hay compensación hay justicia y no tragedia.

Dos. Sófocles, el autor de Edipo y Antígona, en sus obras advertía a sus contemporáneos, que si bien el poder humano era inmenso, no era suficiente y que había algo más. En la esplendorosa Polis, cuna de la filosofía y la democracia occidental, se había asentado la idea de que “el hombre es la medida de todas las cosas”, ante lo que el poeta señalaba (al igual que esta enfermedad que recorre el mundo), que hay una dimensión fuera del control humano, dimensión que en general olvidamos, y que solemos recordarla cuando vemos los cadáveres a nuestro alrededor. “¡Ay! qué tarde que vienes a entender lo que es justo” le dice el Coro al rey, cuando yacían muertos su esposa, su hijo y Antígona.

Trayendo esa advertencia de que no somos la medida de todas las cosas a este 2020 plagado de incertidumbres, me parece que podemos poner en estado de pregunta la visión antropocéntrica del humanismo: tal vez no somos el centro de la creación, ni los más fuertes, ni los más importantes. Tal vez los “bichos”, o fuerzas naturales pueden desbaratar nuestra historia. Zizek señala en este sentido: “Debemos resistir la tentación de tratar las actuales epidemias como algo que tiene un significado más profundo: el cruel pero justo castigo de la humanidad por la despiadada explotación de otras formas de vida en la tierra o lo que sea… Hay algo tranquilizador en el hecho de que seamos castigados: el universo (o incluso alguien de fuera) nos está mirando. Lo realmente difícil de aceptar es el hecho de que las actuales epidemias son el resultado de la contingencia natural en su estado más puro, que acaba de ocurrir y no esconde ningún significado más profundo…» Lo más despiadado (¿o aliviador?) es que no haya nadie que nos está mirando -ya Nietzsche nos avisó que Dios había muerto, que estábamos solos- .

Frente a lo que la epidemia desató, en muchos momentos me toma una sobriedad radical y, como los fulgurosos griegos, descreo lo daños respondan a una explicación, que se trate de saldar una mal hecho: el virus sólo nos recuerda lo pequeños que somos. En otros,  estoy más en línea con el sentido judaico del mundo y creo que esta epidemia sí responde a algún comportamiento nuestro; que algo de lo que hicimos u omitimos nos permite comprender –y por tanto rectificar a futuro- sucesos como éste.

Entonces ¿es lo que nosotros hacemos, más bien lo que está fuera de nuestro control lo que define nuestros destinos? Maquiavelo en el capítulo XXV del El Príncipe decía que la mitad de nuestro acontecer estaba dominado por la Fortuna, y que casi la otra mitad dependía de nosotrxs, de nuestras acciones y virtudes. Pero agrega que a quienes, debido al importante peso que tiene lo azaroso en nuestras vidas, abandonan la acción, a esxs, la diosa Fortuna se ensaña en castigarlos. La Fortuna favorece a lxs más valientes, astutxs, pero también percepcitvxs y flexibles,  quienes adaptan su acción a lo que cada momento requiere. Entonces, ¿destino, dios, suerte… o esfuerzo? Sabiendo que hay una mitad (o  más) incontrolable, llama al Príncipe a poner en juego la acción correcta, calibrada, con la ocasión.

En estos meses en que el mundo transcurre con forma de paréntesis, no sólo se aclararon las aguas de muchos lagos y ríos, no sólo se aclaró el cielo de muchas ciudades contaminadas, y en tierras que creíamos yermas crecieron flores, plantas, y volaron más mariposas. También muchxs de nosotrxs pudimos detenernos a pensar cómo queremos seguir. En nuestras vidas personales y colectivas. Y lo no es frecuente ni despreciable: muchxs repensándonos  al mismo tiempo.

Si algo sospechábamos, y ahora lo recordamos, es que la precariedad es constitutiva a nosotrxs, que somos seres frágiles y afectados por otrxs, desde que nacemos. Y agrego, que esta conciencia de interdependencia y vulnerabilidad, lejos de debilitarnos, nos potencia y es deseable que la sostengamos cuando vuelva la “normalidad”, cuando se restablezca cierta seguridad. Porque esa conciencia de complementariedad y precariedad  puede animar utopías sociales que incluyan el paradigma del cuidado de la vida. Una idea de cuidado que tradicionalmente se ligó al mundo femenino, que hoy puede encontrar lugar en el pensamiento político.

Para terminar, esbozo algunos temas por si les interesar profundizar:

Uno es nuestra relación con lo  no humano. Muchas investigaciones relacionan las últimas y recurrentes epidemias, con el comportamiento extractivista del ser humano. Los bosques que destruimos, la frontera agropecuaria que avanza, las comunidades campesinas y originarias que desplazamos, los metales extraídos, los animales criándose hacinados, sin posibilidad de moverse, medicados para soportar esas condiciones no son independientes de las enfermedades emergentes. Recomiendo en este sentido el texto de la filósofa Mónica Cragnolini https://oplas.org/sitio/2020/04/13/monica-b-cragnolini-ontologia-de-guerra-frente-a-las-zoonosis/?fbclid=IwAR1Qc_MLqH2AXXz6W3DTcp1JLJi-wfj-7pWI35g7LoHjahoKDgKP2AHq-SI

En esta línea, siempre parece que el acoso y asedio a los ecosistemas, al igual que el tema de los femicidios que se incrementaron en esta cuarentena,  no llegan a ocupar el primer renglón de las agendas públicas. Siempre parece que hay algo más importante. Entonces, repensar cómo queremos vivir, poner en cuestión la concepción moderna del mundo y de la ciencia; cuestionar los vínculos sociales marcados por el interés individual, por los valores del patriarcado, por la mercantilización y la falsa idea de “autonomía”. Extender la idea de cuidado y de reciprocidad hacia otros seres vivos, hacia la naturaleza. Es decir plantearnos una nueva relación entre humanos, así como entre humanos y no humanos.

El otro tema, en la línea de Foucault, es sobre la “inmunidad”. Un concepto que no remite solamente al mundo biológico sino que se construye colectivamente a través de criterios sociales y políticos que producen alternativamente soberanía o exclusión, protección o estigma, vida o muerte. Muy recomendada la lectura de Paul Preciado sobre cómo cada epidemia que vive la sociedad puede entenderse en relación a las obsesiones que dominan la biopolítica de ese momento histórico:  https://www.lavaca.org/notas/encerrar-y-vigilar-paul-preciado-y-la-gestion-de-las-epidemias-como-un-reflejo-de-la-soberania-politica/?fbclid=IwAR3Z5ImkYObJoEt4beNTCDJiNLPFwAJj2y70RxvzhuBwLDKvVxTbAP_g0t0

Las fronteras que los países centrales venían construyendo para los inmigrantes, desplazados por guerras o hambre, durante el transcurso de esta enfermedad, irónicamente los dejó encerrados. El otro peligroso, terrorista, balsero, árabe, africano, de pronto estaba más cerca de lo que se pensaba.

Lo último. Con la peste del 2020, la frontera, el concepto de inmunidad y de control social llegaron a niveles microfísicos, al individuo, se volvió el metro y medio que debemos cumplir de distancia, el aire que debemos respirar dentro de nuestro barbijo.

El Leviatán sanitario entró a la esfera íntima, al cuerpo, lo que nos permite preguntarnos si el liberalismo político, que esgrimió como constitutivo la protección de la esfera individual del hacer respecto del poder estatal está en jaque. Si bien ya Facebook, Google, Amazon accedían constantemente a nuestra información individual para provecho de la circulación del capital, ahora la bio-vigilancia dio un paso más. Si vemos lo que pasó en los países asiáticos, muchas medidas que restringen la libertad, no aparecieron como repudiables a sus mayorías. Sin duda por el autoritarismo de muchas de esas sociedades, por el peso de la sumisión al orden colectivo en la gestión de lo cotidiano, y la menor presencia de la idea de individuo en esas culturas, lo que posibilitó una biopolítica digital que controla activamente a las personas. La vigilancia vía teléfono celular sobre la temperatura corporal, las compras realizadas, desplazamientos, etc. ¿El “modelo chino” puede entrar a nuestros países, puede ser nuestra próxima estación?, ¿o lograremos sostener banderas más libertarias?. En este aspecto invito a la lectura del filósofo surcoreano. https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html o bien, https://argentinaonline.com.ar/nota/12711/byung-chul-han–vamos-hacia-un-feudalismo-digital-y-el-modelo-chino-podria-imponerse/

Esperando haber disuelto en parte la distancia que nos toca guardar, los saludo afectuosamente hasta el próximo encuentro.

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